miércoles, 22 de octubre de 2008



“Alimentos o Drogas?”
Por: Dr. Miguel. A. Baret Daniel

Gracias al consagrado estudio investigativo de ciertos científicos alrededor del mundo, hoy ya no es un secreto que no basta con que aquello que ingerimos posea nutrientes para ser considerado como “alimento”. El mundo animado es rico en sustancias nutritivas, pero ello no significa que todo cuanto existe es usable por el organismo, sobre la única base de que posee nutrientes. Por años hemos estado tan fascinados con el mundo de la microbiología que, al estudiar la naturaleza como el gran almacén de provisiones del Creador para sus criaturas, hemos pasado por alto verdades científicas fundamentales con respecto a las reales necesidades y demandas biológicas del ser humano, y el rol que la naturaleza toda juega en suplirlas.


Por ejemplo, se resalta mucho las supuestas virtudes nutricionales de ciertos “alimentos” como prueba de su alto valor alimenticio, mientras se pierde de vista el “valor integral” de los mismos. Desde ese punto de vista corremos el riesgo de estar introduciendo en nuestros organismos “gato por liebre”, en el sentido de que es bien posible que hayamos estado aceptando algunos artículos de consumo generalizado como verdaderos “alimentos” cuando en la realidad están lejos de serlo.

Tal es el caso de las carnes y sus derivados, por ejemplo (y por citar los más obvios). Por años se nos ha inculcado la importancia y relevancia del consumo de carnes y leche para una mejor nutrición. “Come carne para aumentar tu musculatura”, “si comes carne no tendrás problema de anemia”, “la carne aumenta la virilidad”, son los slogans con los que nos hemos familiarizado desde niños.

Pero un estudio más objetivo del tema nos permitiría descubrir que estos conceptos, lejos de ser verdad, son manipulados adrede por quienes invierten sumas millonarias en las industrias que procesan dichos alimentos. La presencia de determinados nutrientes- vitamina A, vitaminas del complejo B, hierro, calcio, etc.- en las carnes y sus derivados no los convierte necesariamente en “alimentos”. La mayoría de los nutrientes presentes en estos productos no son asimilables adecuadamente por el organismo, y algunos de ellos, pueden incluso resultar tóxicos para el cuerpo. Ya en un artículo anterior mencionamos el fenómeno de la incompatibilidad química de los productos cárneos con la bioquímica del cuerpo humano.

Además de ello, las carnes poseen un verdadero peligro público para sus consumidores, en vista de que ellas abundan en substancias químicas altamente tóxicas usadas en el proceso de crecimiento y engorde del animal de origen, además de los antibióticos; los herbicidas y pesticidas presentes en el pasto del cual se fabrican los alimentos para estos desafortunados animales, sumados a la hueste de sustancias que ocurren naturalmente en el tejido animal -purina, creatina, creatinina, urea, ácido úrico, ácido pirúvico, ácido oxálico, ácido cadavérico, entre otras-, constituyen una verdadera amenaza para la salud del género humano.
Por ejemplo, el ácido oxálico previene la asimilación de calcio en las células ósea y en el hígado, mientras que, por otro lado, afecta la producción normal de estrógenos. De la purina existen numerosos estudios que demuestran su efecto irritante sobre el sistema límbico de cerebro, afectando con ello la personalidad y la conducta humana mediante alteraciones de la disposición anímica y la respuesta agresiva del individuo. Por otro lado, el ácido cadavérico, el cual se forma en el estado post-mortum en el tejido animal, inhibe la utilización del silicio, mineral importantísimo en la definición macro-estructural de los tejidos del cuerpo.

La data actual sobre los innumerables daños orgánicos y enfermedades ligados al consumo de carnes y sus derivados es bastante abultada. Podríamos considerar, por ejemplo, la relación entre la ingesta de carnes con la producción de radicales libres y sustancias carcinógenas. O talvez referirnos a una impresionante lista de enfermedades degenerativas generadas mayormente por los productos cárneos, como las enfermedades cardíacas, seborrea, obesidad, dermatitis, acné, estreñimiento, y otras, como aparecen citadas en el libro “Prescription For Cooking & Dietary Wellness”, del Dr. James F. Balch.

Pero no es sino el efecto fármaco-activo de algunas sustancias presentes en la carne lo que más me ha impactado personalmente. Sustancias como la purina, la lactina, la cadaverina, la creatina y la creatinina (todas presentes en las carnes, y algunas presentes en la leche), entre otras, se comportan como narcóticos generando estados bio-depresivos del sistema nervioso. Esa bio-depresión ha sido estudiada por doctores como el Dr. Alan Smith, psiquiatra reconocido de Ontario, Canadá, y el Dr. Edward Kingsley del Westfied Psychiatric Hospital de Kingston, Jamaica. Ambos han participado en estudios y experimentos que confirman la actividad narcótica de sustancias presentes en “alimentos” de consumo regular por parte de la población mundial. Y aunque mucho se ha discutido sobre qué tanto pueden afectar la fisiología cerebral, no deja de preocupar a muchos biológicos y médicos los posibles riesgos a la salud que pueden derivarse de una exposición continua del organismo a esas sustancias. Por esa razón el “Physician’s Committee for Responsible Medicine in Washington, D.C.”, está tratando de remover la carne y los productos lácteos de los cuatro grupos básicos alimenticios, largamente incluidos en la lista de alimentos saludables.

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